sábado, 25 de agosto de 2012

OLIMPIA Y LAS OLIMPIADAS

Acabo de regresar de unos días de descanso. Necesitaba reposar, desconectar y recargar pilas, este otoño, va a ser difícil y de duro trabajo. Presiento que nos va a tocar luchar por la libertad y claro, esta solo existe, si se dan unas condiciones justas de vida y estas hay que “pelearlas”, exigirlas, buscarlas y recuperarlas. No nos las van a entregar así como así.

 He estado en Grecia, navegando por sus mares, caminando por sus pueblos, charlando con sus gentes. No se habla de otra cosa que de la crisis financiera global y cómo ha afectado a Grecia en mayor medida que al resto de países, de las graves consecuencias que está teniendo, del elevado endeudamiento de Atenas, de la escasa credibilidad en los políticos y de cómo se ha extendido a otras economías, como la española o la italiana.

La expresión de sus caras, al decirles mi nacionalidad, era de resignación y solidaridad por el mal común que compartimos. Su cara es triste, desolada, muy resignada, temerosa e impaciente por encontrar un rumbo bueno. Comparto sus miedos, sus incertidumbres.
En uno de los días de navegación por el mar Jónico, tuve la fortuna de llegar al cabo de Katakolon y de amarrar en esta pequeña aldea de pescadores. La parada en este puerto permite conocer la vecina Olimpia, nombre de la antigua ciudad griega donde se celebraban los juegos olímpicos. El testimonio y el legado que puedes encontrar allí es impresionante: ruinas de templos, teatros, edificios de deportistas, estatuas, pistas de deporte…
Mañana empiezan los juegos olímpicos de Londres 2.012. En la antigua Grecia comenzaron hace 2.800 años, en el 776 a.C. Los primeros Juegos eran muy distintos a los conocemos ahora. Cada cuatro veranos y durante mil años, la gente de cada rincón de la antigua Grecia concurría a las tierras sagradas de la antigua Olimpia para celebrar su pasión por las competencias deportivas.

Dejaban las armas y las guerras. Reinaba la paz ese año, se imponía la tregua y cientos de barcos llegaban allí desde colonias griegas. Se mezclaban filósofos y poetas, escritores y apostadores, proxenetas y vendedores ambulantes, músicos y bailarines… con el fin de asistir a los Juegos, que duraban cinco días y comenzaban en agosto, como una fiesta religiosa.

En sus primeros años solo había una disciplina, una carrera de aproximadamente 190 metros en las inmediaciones de la ciudad, era en línea recta. Pero con el paso del tiempo, los antiguos griegos decidieron añadir más disciplinas o competencias, como las carreras de distancia, la lucha y el pentatlón (en este se combinaban el salto de longitud, el lanzamiento de jabalina y disco, así como carreras de velocidad y lucha).

Entre los espectadores había políticos y autoridades de alto rango que aprovechaban la ocasión para crear alianzas entre las ciudades, o comerciantes que vendían de todo; también había artistas y poetas que participaban en los festejos nocturnos o actuaban en los espacios públicos; así como espectadores comunes que llenaban el estadio para ver las competencias.
En aquellos antiguos juegos participaban solamente hombres libres que hablaran griego, mientras que las mujeres tenían estrictamente prohibido intervenir. Podían ser castigadas incluso con la muerte, si se les descubría en los juegos. El trofeo solo era para el ganador, consistía en una corona de hojas de olivo, por sus alrededores hay muchos. En ocasiones se les concedía el honor de colocar una estatua, con su efigie, en la mítica Olimpia en honor a Zeus.

Lo que más me llamó la atención de esta civilización, y más similitudes y paralelismos veo con la cruel actualidad, es que espartanos y atenienses entraron en guerra por el poder, la guerra del Peloponeso. Esto supuso el ocaso de la antigua Grecia y ningún pueblo recuperó nunca más su prosperidad antigua. Cuando dos trenes chocan, los dos salen dañados. Muy dañados.

Bueno a lo que iba; acosados por la depresión económica, por la crisis existente y por la corrupción de valores sociales, los juegos olímpicos perdieron su pureza y el significado de las pruebas. Ya no se garantizaba el juego limpio. El premio ya no era la corona de olivo. No valía con un reconocimiento espiritual.

Poco a poco las ciudades-estado de los atletas les empezaron a conceder ventajas materiales, en forma de privilegios y riquezas, cada vez mayores: comida, vivienda gratis y vitalicias, mejores entradas al teatro e incluso inmunidad judicial.

Esto provocó un deterioro de la olimpiada y por supuesto el nacimiento de los primeros deportistas profesionales. Se intentaba conseguir la victoria por todos los medios, también nació el doping. Los profesionales se ganaban la vida participando en torneos y practicaban el deporte como un trabajo. La llegada de este tipo de atletas vino a corromper los ideales de estos juegos.

Muchos filósofos, pedagogos, artistas y pensadores de la época, preocupados por el deterioro del deporte, llamaron a recuperar la dignidad y gloria de los Juegos Olímpicos. Sin embargo, sus llamamientos no obtuvieron éxito alguno y el sistema de competición quedó así para el resto de sus tiempos y así desapareció posteriormente, apoyado por el cristianismo, por considerarlo un evento de culto al cuerpo.

Me temo que la historia es cíclica y se repite con cierta asiduidad. Tal vez no aprendemos de nuestros errores y siempre cometemos los mismos. Tal vez.

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