Hace un tiempo leí un libro titulado “La promesa del Ángel”, sus autores consiguieron con su historia prometerme a mi misma conocer aquel entorno en el que
los protagonistas vivían de forma extraña entre el pasado y el presente. Esta historia genial, con momentos muy tristes y de impotencia en las que dan ganas de poder interferir en la historia para poder tirar por tierra lo injusto, lo irracional, lo socialmente establecido fue la causa de mi viaje a la costa Normanda francesa en el verano de 2007. Tal vez in situ pudiese ayudar a los personajes prisioneros de un enigma del pasado, y tal vez pudiese ayudarme a mi misma a entender las cosas poco racionales que bombardeaban entonces mi presente.
San Michel es una abadía benedictina que erigieron en honor del arcángel san Miguel; un lugar mágico entre el mar y la tierra, entre el pasad
o y el presente, entre lo enigmático y lo real. Se levantó a principios del siglo XI, en la costa Normanda, sobre una roca y en plena mar, “la obra de arte más misteriosa y fastuosa de Francia”.
Allí, entre sus piedras, entre sus naves, en sus criptas, en sus estancias pude escuchar y sentir dos de los muchos mensajes que lanza este apasionante libro y que emana este curioso lugar:
-“Abandonar a otros, lleva indefectiblemente a que otros te abandonen a ti”.
-“Hay que excavar en la tierra para acceder al cielo”.

Allí, entre sus piedras, entre sus naves, en sus criptas, en sus estancias pude escuchar y sentir dos de los muchos mensajes que lanza este apasionante libro y que emana este curioso lugar:
-“Abandonar a otros, lleva indefectiblemente a que otros te abandonen a ti”.
-“Hay que excavar en la tierra para acceder al cielo”.
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